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Argentina joven-Jorge Rodriguez

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(continuación de: «Jorge Rodríguez. Un joven anda por los techos»)

…Luego de quince años sin un lugar estable, la familia de Jorge por fin halló, en el otoño de 2007, un nuevo hogar en el barrio Solares, de Maquinista Savio, partido de Escobar. La posibilidad de ser propietarios de un terreno que los despojara del cliché de “usurpadores” —muchas veces aplicado, pocas veces entendido— era más profunda que las aguas del arroyo cercano que hace intransitable las calles del vecindario en temporada de lluvias. Oficio, fue otra de las cosas que Jorge cultivó en su vida casi por obligación. Trabajó con su familia para rellenar la tierra hasta que el barro se convirtiera en ladrillo.

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Y así su historia fue tejiéndose con los años, con esos valores, con la solidaridad entre hermanos adaptada a la alternante geografía de tierra y chapa que los circundaba.

La vida esta? llena de sorpresas. En la primavera de 2008, golpeo? a la puerta de su casa una familia que vesti?a, hablaba y caminaba de otro modo, “como los de la capital”, recuerda Jorge. Les propusieron construir un anexo de madera a su vivienda de cemento, de una sola habitacio?n, por el diez por ciento de su valor real (que no llegari?a a los cuatrocientos pesos) y con la condicio?n de que ellos tambie?n participaran de la obra.

A pesar de la inusitada propuesta, Mari?a del Carmen vio en aquellos ojos extran?os una oportunidad y aposto? a la confianza. Los hermanos mayores, entre ellos Jorge, eran ma?s esce?pticos: una estafa podri?a ser dra?stica para la economi?a de la familia.

Unos meses despue?s, las paredes de madera se levantaban en forma de casa. Las dos familias, cada una con su historia, cada una con su realidad, cooperaron en la labor. Estas personas con la camiseta de Un Techo para mi País, organización sin fines de lucro comprometida con mejorar la vida de familias necesitadas de vivienda, parecían cumplir con su promesa. Sin embargo, Jorge aún buscaba el “negocio” que se escondería detrás de las viviendas, su experiencia de vida no sabía más que de golpes y las inesperadas (pero necesarias) construcciones que esta entidad levantaba en su barrio le despertaba sospechas.

“En ese momento era muy desconfiado y muy egoísta, pensaba que cada uno debía preocuparse por uno mismo y por su familia, y no por el otro o por cambiar la realidad de desconocidos”, reconoce. Entonces decidió ofrecerse al “Techo” como voluntario, en parte como agradecimiento, y en parte, para ver cómo funcionaban desde adentro.

No pasó mucho tiempo para que Jorge rindiera su suspicacia. Lo conmovió ver a voluntarios, en su mayoría jóvenes, que destinan desinteresadamente sus fines de semana para ayudar a construir casas a familias de bajos recursos, incluso poniendo plata de su propio bolsillo. “A medida que me fui integrando al Techo conocí realidades más crudas que la mía, casos de familias que viven en condiciones in- humanas” cuenta Jorge, que lleva hechas 30 viviendas, cuatro más que su edad.

Este muchacho inmediatamente se identificó en las miradas de las familias a las que ayuda, por la empatía con su historia, por su calidad de vida. Esa misma mirada que reconoce en sus hermanos y en su mamá, “por eso cada casa que construyo, desde que soy voluntario, la hago como si fuera mi propia casa y para mi propia familia”. Y así como Jorge se unió al Techo, tres de sus hermanos —Sergio, Nara
y Junior— también lo hicieron. Los cuatro comenzaron a tejer nuevas relaciones con jóvenes de diferentes realidades, fusionaron conoci- mientos y experiencia, que se desprenden de situaciones opuestas, para llevar algo más de dignidad y calidad de vida a quienes las necesitan.

Pero aquí no termina la historia. Una nueva situación vuelve a dar un giro a la historia de Jorge. Todos los años, Un Techo para mi País realiza una colecta para financiar las viviendas. En la campaña de 2010, alguien tuvo la ingeniosa idea de colgar una de las casas —que construyen los voluntarios— a catorce metros de altura en la esquina de la avenida 9 de Julio y Juncal, barrio de La Recoleta, peinados altos y mascotas perfumadas.

“Era un excelente escenario para llevar mi historia, que estaba condensada en esa idea: au?n la vivienda ma?s sencilla puede resultar inalcanzable para muchas personas”, relata Jorge.

Pero no seri?a sencillo, la intervencio?n en la “casa en el aire” sostenida por una gru?a requeri?a que cuatro voluntarios vivieran alli? durante una semana, y para que e?l pudiera hacerlo teni?a que pedirle una licencia a su jefe. No se la dio, “el trabajo es una responsabilidad primaria” le dijo en aquella oportunidad. “¿Que? debo hacer? —penso? Jorge— ¿Renunciar al trabajo para que mi historia trascienda o quedarme con e?l y que sigamos ocultos?”.

A veces la vida pone a uno en lugares extran?os. Sin hacer mucho ruido, Jorge decidio? llevar su historia a la esquina de 9 de Julio y Juncal, a catorce metros de altura. Poner el cuerpo a la causa de las personas que e?l representa, los sin techo, a los que como e?l nacieron en desigualdad de condiciones. Fue asi? como aquel nin?o de tez oscura, lunares, pelo morocho y ojos afligidos volvio? a pasar unas noches en la “capital” luego de aquel desalojo ocurrido varios an?os atra?s. Lo esperaba ahora el desvelo por los ruidos de los autos, los rayos de sol por las man?anas en el asfalto y el fri?o de las noches primaverales, so?lo que esta vez Jorge fue con su historia colgada al hombro y con la conviccio?n de que su mensaje serviri?a para que sean menos las personas relegadas a padecer su realidad.

Y asi? paso? junto a otros tres voluntarios una semana, entre entrevistas de noticieros televisivos, radiales y gra?ficos. Las noches se haci?an largas, pero el cartel en la escalera que deci?a “cuando bajes no te olvides por que? subiste” le retumbaba en la cabeza y lo manteni?a con fuerzas.

El Techo duplico? la expectativa de recaudacio?n, su cruzada tuvo una de las repercusiones media?ticas ma?s importantes desde que trabaja en la Argentina. La historia de Jorge logro? ser vista y escuchada por millones de personas.

Es oton?o de 2011, y Jorge camina entre las hojas secas por las calles de tierra de Soler. Con o sin la camiseta del Techo, los vecinos lo reconocen y lo saludan. Algunos preguntan por vivienda, otros le llevan propuestas para la Mesa de Trabajo, segunda etapa del Techo en la que se discuten prioridades del barrio, y Jorge, con su nuevo trabajo de plomeri?a, mira a los ojos de sus vecinos, orgulloso de su presente.

“No soy ningu?n he?roe, so?lo se trata de hacer aunque sea un poquito por el otro que esta? al lado y que la esta? pasando mal. No se trata de poli?tica, ni de religio?n, sino de una creencia. Y yo creo en las personas”.

 

 

 

 

 

 

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