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LO QUE NADIE DICE sobre las pruebas de cancer

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­Suzanne Bull siempre tuvo miedo de contraer cáncer. No en vano vivía en el condado de Marin, en California, donde la incidencia del cáncer mamario es una de las mayores de los Estados Unidos. Tan resuelta estaba a evitarlo que comía bien, hacía ejercicio y todos los años iba a San Francisco para hacerse una mamografía.

El año pasado, a los 54 años, recibió la noticia que más temía: una mamografía digital ultrasensible mostró un bulto sospechoso en su seno izquierdo, y una biopsia confirmó que era maligno. Por suerte, le dijo el cirujano, lo habían descubierto a tiempo: era un carcinoma ductal in situ (CDIS), es decir, un cáncer aún limitado al interior de un conducto lactífero que, según el médico, quizá permanezca allí; el CDIS no suele tornarse invasivo. Todo sonaba bien, cuenta Bull, hasta que el especialista aclaró que no había modo de saber si el tumor de los que evolucionan de manera lenta e inocua, o invasiva. Le prescribió la extirpación quirúrgica del bulto y le aconsejó además una radioterapia y un tratamiento con el fármaco tamoxifeno.

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Tras dos semanas de angustia, Bull se decidió por la operación y la radioterapia. “Tenía que hacer lo que pudiera para detener el mal”, dice. Hoy, luego de dos mamografías con resultados normales, se siente muy afortunada: “Me alegra haber tenido acceso a la mamografía digital, pues detecta el cáncer mucho antes”.

Por increíble que parezca, según la opinión de algunos investigadores Bull no tuvo suerte. De acuerdo con ellos, la mamografía anual es mucho menos eficaz de lo que suelen creer las mujeres para reducir el riesgo de muerte por cáncer de mama, y muchas veces da lugar a tratamientos innecesarios, sobre todo en el caso del CDIS.

En cuanto a la medición del antígeno prostático específico (APE), para detectar cáncer de próstata, puede resultar más nociva que útil en los hombres sin síntomas. Lo mismo ocurre con medios de detección comunes.

Este punto de vista difiere marcadamente de las campañas que suelen realizar las sociedades científicas y los estados nacionales, según las cuales descubrir y tratar cuanto antes los tumores malignos es la manera más eficaz de prevenir muertes por cáncer. Aun así, son cada vez más los científicos disidentes (miembros de prestigiosas instituciones, autores de estudios en respetadas publicaciones médicas) para quienes es hora de reconsiderar el enfoque del diagnóstico del cáncer.

Así lo creen porque los estudios de detección revelan muchos cánceres pequeños que jamás causarán molestia alguna. “La consecuencia es que se diagnostica cáncer a decenas de miles de pacientes que nunca contraerán la enfermedad”, advierte el doctor H. Gilbert Welch, especialista en diagnóstico oncológico y codirector del Grupo de Estudio de Resultados del Centro Médico de la Administración de Ex Combatientes, en White River Junction, en Vermont. “Emitido el diagnóstico, casi toda la gente recibe tratamiento, y sabemos que éste puede hacer daño”.

El tamoxifeno, utilizado para el cáncer mamario, favorece la formación de coágulos en los pulmones, y las operaciones para extirpar el cáncer de próstata causan impotencia en el 60 por ciento de los casos. Incluso, los propios estudios de detección tienen sus riesgos: hasta un 0,5 por ciento de quienes se someten a una colonoscopia sufren complicaciones graves, como hemorragias y perforaciones del colon.

La mayoría de la gente a la que se le diagnostica cáncer sin duda ve en estos riesgos el precio que hay que pagar para no morir del padecimiento. “La realidad no es tan sencilla”, explica Welch. Los medios de diagnóstico son muy eficaces para revelar tumores que nunca nos molestarán, pero no para descubrir a tiempo los cánceres más letales y de desarrollo más rápido. “El poder de los estudios diagnósticos para reducir el riesgo de muerte se ha exagerado”, afirma el doctor Floyd Fowler, presidente de la Fundación para la Toma Informada de Decisiones so-bre Salud, un organismo sin fines de lucro en Boston.

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