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Dormir no es tan fácil

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Las diferencias culturales también están en los hábitos de sueño

Si te sentís
somnoliento una tarde en la oficina, lo más probable es que tengas que
obligarte a permanecer despierto. Pero si Morfeo te llama mientras estás en
España, la tradición te permitirá escaparte para hacer una siesta.

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Dormir es un asunto
tanto biológico como cultural, y su práctica difiere mucho en todo el planeta.
Por ejemplo, si te diera sueño durante una reunión de trabajo en el norte de
Kenia, nadie se inmutaría si cerraras los ojos.

La antropóloga Carol
Worthman, directora del Laboratorio de Biología Humana Comparada en la Universidad
Emory, en Atlanta, cuenta que un día vio a los jefes de la etnia gabra de Kenia
discutir acaloradamente: “De repente, cualquiera se tapaba la cabeza con un
trapo y se dormía. Aquí lo despedirían, pero allá, las reglas sobre cuándo uno
puede dormir y cuándo no son muy flexibles”.

En muchas sociedades
esta flexibilidad empieza en la infancia, porque los chicos están con sus
padres todo el tiempo. En Bali, por ejemplo, muchos ritos religiosos se
celebran a lo largo de la noche hasta que amanece, y niños y adultos duermen
tanto como lo requieran, así que los bebés aprenden a entregarse al sueño entre
la música y el ruido, y conservan esta habilidad hasta la edad adulta.

Dormir solos o en
grupo es otra diferencia cultural relevante. En algunos grupos tribales de
Indonesia y Nueva Guinea, las personas duermen juntas para darse protección
espiritual. “Creen que cuando duermen se van al mundo de los espíritus, pero
sus acompañantes las traen de vuelta”, explica Worthman. “El que duerme solo
quizá ya no despierte”.

La antropóloga Gilda
Morelli, del Boston College, hizo un estudio comparativo de los hábitos de
sueño de los padres estadounidenses, y los indígenas mayas de Guatemala. Los
bebés mayas duermen día y noche con sus madres, mientras que los padres
estadounidenses ritualizan el sueño con duchas, pijamas, canciones de cuna y
cuentos, y sus hijos suelen resistirse a ir a la cama. Las madres mayas, que no
recurren a ninguna de estas cosas, duermen junto a sus bebés, y se horrorizan
al enterarse de que los bebés estadounidenses duermen solos.

Jodi Mindell,
profesora de psicología de la Universidad Saint Joseph’s, en Filadelfia, está
realizando un estudio internacional de los hábitos de sueño de unos 30.000
niños menores de tres años. Los primeros resultados indican que el 86 por
ciento de los niños de países asiáticos duerme en el cuarto de sus padres,
cifra mucho menor al 22 por ciento registrado en países occidentales; y los
niños de Singapur y Hong Kong comparten la cama de sus padres con menos
frecuencia que los niños de Vietnam y la India.

Un efecto de esto es
que, como los niños de los países occidentales se acuestan más temprano,
duermen más que los de los países asiáticos. “Algunas de las razones son
claramente culturales”, explica Mindell. “Un médico australiano dijo: ‘No hay
nada que hacer aquí después de las 7:30 de la noche’, por lo cual la gente
acuesta a sus hijos más temprano.

En Japón y Corea, por
otra parte, los niños no se van a la cama hasta que papá llega a casa. La gente
dice que se bebe mucho alcohol allí —es lo que los hombres suelen hacer después
del trabajo—, así que no llegan a casa hasta las 10:30 u 11 de la noche, y sus
hijos no se acuestan hasta esa hora”.

Los hallazgos de
Morelli son parecidos. “En las comunidades donde trabajo, los niños son parte
integral del mundo adulto”, dice:

 “Sólo en las sociedades occidentales se piensa que los niños deben
dormir en un cuarto aparte e irse a la cama a las 7 de la noche, porque sus
padres necesitan tiempo para estar solos”.

De hecho, en el Reino
Unido y en los Estados Unidos, las familias no empezaron a dormir en cuartos
separados hasta la Revolución Industrial, y apenas en 1920 se hizo habitual que
los niños durmieran solos. Hay algunas explicaciones posibles de este cambio:
las casas con varios cuartos han estado al alcance del común de la gente sólo
en los últimos 200 años, y algunos atribuyen el fenómeno a pronunciamientos de
la Iglesia, ya sea en contra de la promiscuidad o debido a confesiones de
mujeres muy pobres que asfixiaron a sus hijos porque no podían mantenerlos y
luego alegaron que lo habían hecho accidentalmente mientras dormían juntos.

Con todo, compartir
la cama tiene un aspecto positivo: estudios recientes indican que el contacto
físico con la madre ayuda a los bebés a regular su respiración y temperatura, y
quizá les brinde cierta protección contra el síndrome de muerte súbita.

El clima y la luz
también influyen en los hábitos de sueño. Nuestro reloj biológico regula el
ciclo de vigilia y sueño. Al empezar a oscurecer, nuestro cuerpo segrega
melatonina, hormona que nos produce sueño, y cuando clarea el día, la luz reduce
su secreción y aumenta la de cortisol; este eleva la presión arterial y la
glucosa sanguínea, y entonces nos despertamos. El ciclo funciona bien en las
regiones ecuatoriales, donde anochece y amanece en forma abrupta y donde las
noches tienen la misma duración todo el año. Pero en las regiones más cercanas
a los polos, la situación cambia.

El doctor Chris
Idzikowski, director del Centro del Sueño de Edimburgo, ha pasado meses en los
gélidos confines de Laponia, donde se registran grandes diferencias estacionales
en los niveles de luz. “En esa región, donde hay un patrón invernal de luz y
las noches son más largas, el sueño tiende a dividirse en dos partes”, dice.
“Es una especie de insomnio, pero en realidad es una adaptación para pasar más
horas en la cama”.

Hoy en día, en las
regiones del mundo donde no hay luz artificial, la gente tiende a dormir y
despertar a intervalos durante las horas de oscuridad. Pero si bien la luz
eléctrica ha permitido a los occidentales trabajar y divertirse las horas que
quieran, no modificó una costumbre diurna: la siesta. Este hábito,
originalmente una adaptación al clima —dormir en las horas de más calor y
trabajar durante las horas más frescas: por la mañana y por la tarde- es una
tradición a la que algunas culturas se aferran,?pero puede complicarles la vida
a quienes no suelen hacer una pausa vespertina.

Hay pruebas de que
dormir la siesta beneficia la salud. El doctor Dimitrios Trichopoulos, de la
Universidad Harvard, realizó un estudio de alrededor de 24.000 adultos griegos
sanos, para saber si la baja incidencia de cardiopatías en Grecia tenía
relación no sólo con la famosa dieta mediterránea, sino con otros factores de
estilo de vida. Observó que aquellos que dormían una siesta de por lo menos 30
minutos, tres veces por semana corrían un riesgo un 37 por ciento menor de
morir de males cardíacos que los que no lo hacían. “La siesta reduce el
estrés,  y este es un factor de riesgo de enfermedades cardíacas”.

Aunque Trichopoulos
admite que no hay pruebas suficientes de que las siestas prevengan estas
afecciones, las recomienda como una práctica disfrutable:


 “Una siesta casi duplica la duración de la vida, porque uno
despierta a las 5 o 6 de la tarde y se siente fresco para otras seis o siete
horas de actividad”. 


Como en muchos países
es difícil dormir la siesta tradicional de dos horas o más (porque la jornada
laboral está organizada de otra manera y la gente suele trabajar lejos de casa),
algunos expertos recomiendan hacer siestas cortas —de no más de 20 minutos—
durante el día. Sara Mednick, profesora de psiquiatría en la Universidad de
California, señala: “Mientras que en los EE.UU. y en el Reino Unido la siesta
se considera señal de pereza y es sólo para niños y ancianos, en Japón es común
esta práctica, al igual que en China, donde es un descanso merecido por haber
trabajado mucho”. Mednick agrega que muchas empresas empiezan a admitir que
ahorrarían dinero si permitieran a sus empleados dormir “siestas
revigorizantes”, ya que cometerían menos errores: “Podrían hacerlo a la hora
del almuerzo, así que trabajarían el mismo número de horas pero serían más
productivos”.

Neil Harrison,
gerente de operaciones de una empresa británica de consultoría, estaba harto de
que los empleados bostezaran durante las juntas vespertinas, así que compró un
EnergyPod, sillones relajantes, para que pudieran dormir la siesta. Ahora está
convencido de que se encuentran más alertas y se han vuelto más creativos.
“Viví cinco años en Francia —cuenta—, y la costumbre local de tomar dos horas
para almorzar me parecía una falta de eficiencia y de ganas de trabajar. Ahora
me doy cuenta de que es completamente al revés. El asunto de las siestas es un
cambio de cultura”.

Algunas opiniones

«Creo que los
argentinos tenemos costumbres diferentes en todos los aspectos, de acuerdo con
la región que habitamos. La gente del interior está más acostumbrada a dormir
una siesta que quienes viven en las ciudades. En mi provincia, San Juan, en las
siestas de verano, el calor es tan agobiante que es imposible no dormirla. Yo
acostumbro a acostarme muy tarde y teniendo en cuenta que me levanto a las 6
para ir a trabajar, me resulta vital dormir un rato la siesta». Analía
Oliva, Buenos Aires.

«En Paraná,
Entre Ríos, la siesta es un rito muy importante. La mayoría de mis
coprovincianos suele acostarse pasada la medianoche, sobre todo en verano, y
levantarse temprano por el horario laboral, por lo que se hace indispensable
descansar después del mediodía. Dormimos bastante mal, ya que en la mitad de la
mañana estamos cansados y con el sueño atrasado que nos impide concentrarnos al
máximo en nuestras labores». Marcos Diaz, Paraná.

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