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Norma Aleandro: una vida entre risa y llanto

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Norma Aleandro, la actriz más prestigiosa de la Argentina, habla sobre las luces y sombras de su experiencia de vida.

En 1949 Norma Aleandro era la alumna más joven del Instituto de Arte Moderno en Buenos Aires. Todos sus compañeros superaban los 20 años y ella, como buena hija de actores, estaba convencida de que ya desde sus 13 años la aguardaba un futuro promisorio en las tablas.

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En aquel año llegó a la capital argentina una prestigiosa profesora francesa de teatro, Simone Garmá. “Yo quería ser como ella —reconoce Norma—. Era alguien muy elegante, y su fuerte acento francés me parecía de lo más distinguido”.
En una de las clases que dio en aquel instituto, Garmá sugirió a los alumnos un ejercicio de improvisación. El tema que les propuso fue una cuestión candente del momento: la guerra.

La historia propuesta trataba de un grupo de personas que huía de un pueblo bombardeado. Al llegar al puente de la ciudad, de pronto aparecía un avión y los ametrallaba a todos. Ahí comenzaba entonces la improvisación y cada alumno podía elegir cuál era su suerte después del bombardeo. “Yo, como todos los actores incipientes, decidí que lo que mejor iba a mostrar mis cualidades era la representación de mi muerte”, recuerda Norma.

Cuando terminó su ostentosa actuación, aguardó la felicitación de Garmá. Pero la profesora guardó silencio, subió al escenario y le hizo esta pregunta con fuerte acento francés.
—¿Usted quiegue seg actgiz?
—Sí, sí, contestó Aleandro.
—Pues no sigve…
Ella no entendió bien y le preguntó:
—¿Cómo?
—Que como actgiz usted no sigve.
Sin más comentarios, Garmá se alejó de la joven con desdén para seguir hablando con los otros alumnos.

Norma, hija de Pedro Aleandro y María Luisa Robledo, dos memorables actores, sintió entonces que recibía una puñalada mortal. Había sido expulsada de la escuela secundaria por mala conducta y todas sus esperanzas estaban puestas en la posibilidad de actuar.

«Cuando era chica, mis padres se ausentaban en largas giras y nos criaba mi abuela» recuerda Norma

Con hipersensibilidad adolescente, pensó entonces que no le quedaba otra alternativa más que el suicidio.
“Yo era muy religiosa —recuerda—, y entonces fui a la Iglesia de la Piedad, en la calle Bartolomé Mitre. Ahí estuve rezando y llorando delante del Cristo. Luego caminé unas diez cuadras hasta la Costanera Sur con la idea de tirarme al río. Cuando llegué, me paré sobre el borde de la costanera, pero no me animé a saltar —confiesa Norma—. La vida me retuvo y no me tiré”.
El camino para salir de ese pozo depresivo, que incluyó crisis de anorexia, no fue sencillo, y le llevó varios años de tratamientos.

Pese a este mal comienzo, con el paso del tiempo Norma Aleandro tuvo una carrera fabulosa como actriz hasta alcanzar prestigio internacional en teatro y cine. “La historia oficial”, película que protagonizó en 1983, es el único filme argentino que ha recibido el Oscar a la Mejor Película Extranjera. Además, por su impecable trayectoria artística este año fue elegida por los lectores de Selecciones de Reader´s Digest como la “Actriz más confiable” de la Argentina.

Pero los dulces placeres del éxito que la acompañan ininterrumpidamente en las últimas décadas, son el corolario de una carrera convulsionada, en la que su propia vida estuvo muchas veces en juego.

Habitualmente, Norma Aleandro está con varios proyectos actorales al mismo tiempo, siempre a punto de subirse a un avión. En los últimos meses, estuvo viajando entre Caracas y Buenos Aires, por la película que filmó bajo la dirección de Geyka Urdaneta en Venezuela “Cuidado con lo que sueñas”. Pero luego de agendar la entrevista con anticipación, recibió a Selecciones en su casona de Bajo Belgrano.
Se trata de una vivienda enorme, con jardín y pileta, que tiene reminiscencias de las primeras décadas del siglo pasado, aunque fue construida ladrillo a ladrillo en los 80 por Norma y su marido, el psiquiatra Eduardo Le Poole.

En su infancia Norma había vivido en una casa que tenía también mucha calidez, en Cangallo y Callao, cerca del Congreso, pero era un espacio infinitamente más pequeño para una familia de cinco miembros que incluía sus padres, su hermana, la actriz María Vaner, y la abuela “Pepita”, una excelente cocinera. Cuando los padres estaban ausentes en gira teatral, era esa abuela española la encargada de llenar la casa de aroma a especias, y deleitar a sus nietas con largas historias y cuentos de Castilla.

SRD: ¿Cómo influyó el hecho de que sus dos padres fueran actores?
Aleandro:
El trabajo de ellos incluía giras muy largas. Una vez se fueron por ejemplo durante todo un año a Chile y otros países de América. Pero a pesar de todo, mi hermana y yo teníamos una vida bastante normal. La abuela Pepita se encargaba de que conservásemos las rutinas. Pero al mismo tiempo que tenía ese orden, mi vida era muy diferente de la de otros chicos. En mi casa se reunían actores y directores de teatro que para mis compañeras eran muy famosos, y para mí solo eran los amigos de mis padres. En el comedor de casa me podía encontrar con Luis Sandrini, Lydia Lamaison, Elsa O’Connor…

SRD: ¿Cómo fue esa experiencia de ser criada por una abuela?
Aleandro:
Ella era todo mi mundo, alguien que tomaba las cosas con mucho humor. La situación económica era difícil pero Pepita no nos lo hacía sentir como una gran tragedia. Yo sabía que no podía comprar cosas a las que accedían otros amigos. Tenía un solo guardapolvo que ella lavaba y planchaba con almidón, y yo debía conservar limpio por varios días. Los zapatos se compraban un poco más grandes para que durasen más tiempo, y la punta se rellenaba con algodón. Además, cuando íbamos de visita a otras casas teníamos prohibido comer, para no dar a entender que estábamos pasando hambre. Nos convidaban con masas y caramelos que nosotras rechazábamos cortésmente… pero nos íbamos muertas de ganas. Sin embargo, la abuela Pepita nos enseñó a reírnos de todo eso diciéndonos: “Peor están en la guerra”.

SRD: En un ambiente con tantas carencias, ¿cómo surgió su vínculo con la cultura?
Aleandro:
La abuela era una castellana autodidacta, muy lectora. Y yo tuve una infancia llena de libros tal vez insólitos para una niña. Por las noches ella se sentaba en el living y nos leía el Quijote, como en otras casas se puede leer la Biblia. Pero no era que lo hacía porque fuese algo conveniente para nuestra formación, sino porque le resultaba realmente divertido. En esa casa donde no había demasiados lujos, las únicas revistas que entraban eran Leoplán y Selecciones de Reader´s Digest. Selecciones era la revista para informarse sobre asuntos científicos y acercarse a los grandes autores. Me fascinaban especialmente las biografías, como una vez que publicaron la vida de Edgard Allan Poe. Recuerdo que cuando leímos el fragmento de uno de sus poemas dijimos con la abuela: ¡A este autor hay que comprarlo!

SRD: ¿Cómo fue eso de que la expulsaron de la escuela por mala conducta?
Aleandro:
Era un colegio muy fascista y había un grupo de alumnas judías a las que hacían salir del aula en la clase de Religión, supuestamente para recibir clases de Moral en otro salón. Pero en realidad las tenían toda la hora sentadas en un aula, sin hacer nada. Entonces me rebelé y le dije a mi abuela que quería que me hiciera una autorización para ir a las clases de Moral junto con las chicas judías. Las autoridades del colegio, de mala gana, finalmente me permitieron ir y me aburrí tremendamente con mis compañeras en el aula vacía. Al final quedé libre y le dije a mi abuela que no quería ir más a la escuela, que prefería ser autodidacta, como ella. Así fue cómo comencé a estudiar por mi cuenta. Por aquella época también empecé a estudiar teatro y fue cuando me tocó atravesar esa experiencia tan desagradable con la profesora Garmá.

SRD: Finalmente usted se convirtió en una conocida actriz de teatro y televisión, y luego formó parte del exitoso grupo de actores llamado Clan Stivel. Sin embargo, hubo un corte abrupto en su carrera luego del golpe militar de 1976. ¿Qué fue lo que pasó?
Aleandro:
Yo había hecho declaraciones en las que denunciaba la desaparición de personas en la Argentina, y también hablé de lo que sucedía en Chile, en Cuba y en la Unión Soviética. Entonces, en ese año 1976, tres meses después del golpe sufrimos un atentado en Buenos Aires, en plena función. Fue una noche en que estaba actuando frente al Teatro Astral, con la sala repleta de público. De pronto, se pararon unos veinte hombres jóvenes que estaban en la primera y segunda fila, y uno de ellos tiró al escenario, sobre mis pies, una bomba de gas lacrimógeno. Los otros hombres arrojaron panfletos que decían “Fuera de la Argentina”. De pronto se cortó la luz y todo se empezó a llenar de humo. En el medio de la penumbra salimos a la avenida Corrientes. Entonces huí rápidamente de ahí, tomé un taxi y fui a casa. Pero pocas horas más tarde, a eso de las tres de la mañana, nos despertó el tremendo ruido de una bomba que destruyó toda la planta baja de la casa. Inmediatamente sonó el teléfono y recibí una amenaza: ‘Mejor que salga del país en menos de 24 horas. La próxima vez va en serio’. Fue así como pocas horas después salí hacia Uruguay. Luego viajaron mi hijo y mi esposo. Vivimos un año en Uruguay, y cuando conseguimos que nos expidieran el pasaporte argentino, nos fuimos a radicar a España.

SRD: Con estos antecedentes, seguramente después debe haber sido muy arriesgado aceptar luego el papel protagónico en una película como “La historia oficial”, donde se denuncia el secuestro de niños durante la dictadura…
Aleandro:
 Sí. Fue un acto de coraje. Cuando el director Luis Puenzo me hizo la propuesta, yo ya había regresado de España y estábamos en el último año del gobierno militar. La primera escena que grabamos fue aquella en la que se ve la represión de una manifestación en Plaza de Mayo. Es una escena totalmente real. Las autoridades no sabían que estábamos filmando. Meses más tarde, cuando se enteraron de la película, empezaron las amenazas en la casa de Puenzo, donde se realizaba la filmación de interiores. Un día, cuando la nena de cinco años que actúa en la película salió de allí con su madre, desde un auto les advirtieron que dejasen de filmar. Así fue como suspendimos el rodaje durante algunos meses, y sólo lo completamos cuando regresó la democracia.

«El humor es lo que más lo engancha a uno con la vida»

SRD: ¿Cuál fue la escena que más le costó hacer en “La historia oficial”?
Aleandro:
 Nunca voy a poder olvidar la escena que sucede en la sede de Abuelas de Plaza de Mayo. Mi personaje tenía que hojear una carpeta con fotos para tratar de identificar a los padres desaparecidos de la niña. Las Abuelas me dieron entonces la carpeta real que tenían las fotos de los desaparecidos. ¡Era terrible tener en manos esa carpeta que se ve en cámara! Mi personaje no se podía abrir a exteriorizar emociones, pero yo tenía ganas de llorar y salir corriendo.

SRD: Otra escena muy fuerte es cuando Héctor Alterio, que hasta entonces había sido un esposo muy dulce, deja salir el represor que lleva adentro y descarga toda su furia violenta contra usted.
Aleandro:
 Sí, también fue difícil. Pero ahí en esa escena mi personaje estalla en llanto. En realidad, esos momentos en los que uno puede exteriorizar lo que siente, son menos dolorosos que aquellos en los que hay que mostrar apatía o falta de emoción.

SRD: En ese sentido debe haberle resultado difícil su papel en “El hijo de la novia”, donde el personaje es precisamente una enferma de Alzheimer, alguien que no tiene manejo de sus reacciones, que puede llegar a sentirse “encerrado” en un cuerpo que ya no le responde.
Aleandro:
 Sí. Eso fue adentrarme en un mundo totalmente distinto. Me sirvió mucho conocer al papá y la mamá de Juan José Campanella, en quienes está inspirada la película. La de ellos es una maravillosa historia de amor. Mi personaje tiene momentos mínimos de cierta lucidez, y después entra en esa zona mental donde hay un desierto terrible, especialmente doloroso cuando uno conserva todavía algún sentido de la realidad. El propio paciente sufre porque se da cuenta de lo que les está pasando. Campanella tuvo la mano justa para presentar un personaje tan dramático en una comedia.

SRD: A propósito de la diferencia entre drama y comedia, en sus comienzos usted prefirió el género dramático, pero ahora se ha volcado frecuentemente hacia la comedia. ¿Hay un giro en su área de interés?
Aleandro:
 La gente que me conoce sabe que yo me manejo mucho con el humor, me sale naturalmente. Me río de todo, empezando por mí misma, porque si no la cosa iría muy mal. Es real que en este momento prefiero el género cómico. En líneas generales, el humor es lo que mejor lo engancha a uno con la vida, especialmente en los momentos descalabrantes cuando hay demasiada desilusión, tristezas y falta de esperanza. El Apocalipsis se viene anunciando desde hace mucho tiempo, entonces no hay que perder conciencia de las cosas que uno tiene que hacer. Hay que vivir la vida sin tanto dramatismo.

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