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Fauna abisal

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Muchos animales poseen características realmente monstruosas: ojos desmesuradamente abiertos y enormes bocas bordeadas de dientes tan afilados como dagas.

Monstruos abisales

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La supervivencia es una lucha especialmente dura en las profundidades oceánicas; como el alimento es escaso y difícil de encontrar en la oscuridad, los peces deben ser capaces de hallar, capturar y conservar a su presa aunque sean mayores que ellos mismos. Al adaptarse a una vida de tan ardua caza, muchos de ellos han adquirido características realmente monstruosas: poseen grandes ojos desmesuradamente abiertos y enormes bocas ansiosas bordeadas de dientes tan afilados como dagas. Lo único que atenúa esta horrible apariencia es que la mayoría miden sólo unos centímetros de largo. Entre las especies «monstruosas» figuran los pegasos y los peces víbora, armados de dientes largos y curvos.

Otro, la anguila tragadora, tiene enormes mandíbulas y estómago dilatable: en cierta ocasión se encontró un ejemplar de 15 centímetros que se había tragado un pez de más de 22 centímetros de largo. Los rapes hacen oscilar señuelos luminiscentes frente a sus mandíbulas de afilados dientes, atrayendo así a las presas hasta una distancia que pueden alcanzar. Pero no todos los habitantes de las profundidades son extraños; la mayoría de los erizos de mar, las anémonas y otros animales se parecen mucho a sus parientes de aguas más someras.

Luz animal

Un sorprendente número de animales de las profundidades, desde peces hasta calamares y camarones, está equipado con diminutas linternas propias. La disposición de estos órganos luminosos varía según la especie: en algunos las luces están diseminadas, en otros forman largas hileras o determinados dibujos. Pueden tener manchas luminosas alrededor de los ojos, en tentáculos colgantes, en la cola o incluso en el paladar, y por lo general las pueden apagar y encender a voluntad. En algunos casos, la luz es producida por colonias de bacterias luminiscentes que viven en los órganos luminosos del animal; otros están provistos de células especiales que producen luz mediante un proceso químico.

La bioluminiscencia sirve de muchas maneras a sus propietarios. Permite que los animales reconozcan a los de su propia especie, que encuentren pareja o que se unan en bancos en la tenebrosa oscuridad. Les ayuda a encontrar presas o, en el caso de los rapes, a atraerlas con sus señuelos luminosos. Pueden incluso usar esta asombrosa capacidad en defensa propia: cuando los atacan, ciertos calamares abisales emiten una nube de tinta luminosa que confunde a sus perseguidores y permite a los moluscos escaparse «ocultos» en la luz.

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