Las aves que anidan en el trópico protegen a sus futuras crías del ardiente sol.
La mayoría de los huevos pueden sobrevivir si su temperatura desciende desde la normal (37°C) hasta los 25°C. Sin embargo, el hecho de que la temperatura alcance los 39°C puede resultar fatal. Para las aves que anidan en el trópico, mantener frescos los huevos es una batalla continua y, para evitar su sobrecalentamiento, han desarrollado muchos trucos.
El chorlitejo chico de las planicies del este de Africa, cuyo nido es solo una pequeña depresión en el suelo (a menudo, la huella de algún animal), se para encima de los huevos con las alas extendidas para hacerles sombra. Algunas garzas de los trópicos incluso cubren los huevos con su excremento, el cual actúa como una bolsa cuyo interior se mantiene fresco aunque el exterior se caliente.
Por medio de ingeniosas tácticas para proteger sus huevos del ardiente sol, las aves pueden anidar en lugares tan inusitados como en pleno desierto o en las copas desnudas de los árboles. Allí hay menos probabilidades de que sean atacados por depredadores.
Hacer sombra puede ser suficiente si los huevos solo están expuestos a la luz del sol, pero si además la temperatura es muy alta es necesario recurrir a otra táctica. La cigüeña jabirú de Australia carga agua en el pico para rociarla sobre los huevos. El chorlito corredor pluvial egipcio, sin embargo, no puede cargar mucha agua en su pequeño pico, por lo que cubre los huevos con arena, moja las plumas de su pecho en el depósito de agua más cercano y regresa al nido para sacudir las gotas de agua sobre la arena que cubre los huevos.
A veces, el calor del huevo determina el sexo
El cocodrilo americano, como todos los reptiles, tiene la sangre fría, así que la hembra está pobremente dotada para incubar sus huevos. Por eso, ella construye una incubadora usando su fuerte cola para recoger vegetación entre la cual enterrará sus huevos. Al igual que un montón de abono, la vegetación se degrada y se calienta, y alcanza así una temperatura cercana a la ideal de incubación (37°C).
Se trata de una solución útil para el problema de la incubación. Los huevos incubados a una temperatura menor que la ideal tardarán más en desarrollarse y la mayor parte del contenido nutricio del huevo será utilizada por el embrión para mantenerse vivo.
En un sabio desarrollo evolutivo, el cocodrilo se ha adaptado a esta incertidumbre. Una hembra pequeña produce proporcionalmente menos huevos que una hembra grande, pero al menos producirá algunos. Para los machos el tamaño es decisivo. Los grandes ganan las feroces batallas que se entablan al inicio de la temporada de apareamiento y conquistan a la mayoría de las hembras. Los machos pequeños probablemente nunca se aparearán.
Para asegurar que sus crías tengan a su vez las mejores oportunidades de reproducirse con éxito y transmitir esto a sus genes, un cocodrilo hembra necesita que su camada más grande sea de machos y que la más pequeña sea de hembras. En realidad, el sexo está determinado por la temperatura de incubación del huevo. Los huevos que se desarrollan en condiciones ideales producen machos grandes, pero los que se desarrollan a temperaturas menores producirán hembras pequeñas. Por cada macho nacerán cinco hembras.
Tal como sucede con el cocodrilo, el sexo de las tortugas también está determinado por la temperatura de incubación del huevo. La diferencia estriba en que los huevos de tortuga que se desarrollan a la temperatura adecuada producen hembras grandes y los incubados a temperaturas menores producen machos más pequeños.
Para las tortugas machos no es muy importante ser grandes, ya que las peleas entre tortugas son muy raras y la mayoría de los machos tienen oportunidad de aparearse. No obstante, para las hembras el ser grandes tiene muchas ventajas. La cantidad de huevos que una hembra puede llevar en su seno dependerá del tamaño de su caparazón. Las hembras más grandes ponen más huevos que las pequeñas. Otra vez, la determinación del sexo por la temperatura de incubación asegura que las hembras produzcan mejores ejemplares para la continuación de la especie. La leipoa australiana incuba sus huevos enterrándolos en una pila de plantas o de compost. Este animal construye un montículo de hasta 1 m de altura y 5 m de ancho, para lo que recoge unas 4 toneladas de hojas y tierra. La hembra pone hasta 30 huevos en el centro del montículo y luego se aleja; el macho cubre los huevos y se queda vigilándolos. El macho constantemente toca el nido con su pico para comprobar la temperatura, que debe ser de unos 33°C. Los huevos solo tardan siete semanas para desarrollarse y romperse, pero todo el proceso mantiene a la leipoa macho ocupada durante unos 11 meses del año.