La hazaña de 3.000 kilómetros de Alcock y Brown.
¿Cómo se orientaron para cruzar el océano?
Si el piloto de una aeronave pequeña comete un error de solo un grado en la lectura de su brújula puede desviarse de su curso hasta 1,5 kilómetros después de casi 100 kilómetros de vuelo.
El vuelo de Alcock y Brown cubrió cerca de 3.000 kilómetros sobre un océano sin relieves, expuestos al error por los vientos en contra. Sin una navegación experta quizá no hubiesen llegado a las islas irlandesas. Haberse apartado solo 16 kilómetros de su curso fue una hazaña excepcional.
Para seguir el curso que trazaron entre Terranova e Irlanda, Brown se valió tan solo del cálculo y de la observación astronómica, comprobando el uno con la otra.
Para asegurarse de que volaban en la dirección correcta usó constantemente la brújula. El anemómetro le indicaba la velocidad aparente, pero él tenía que calcular el efecto del viento, que podía acelerar o retardar el avance. Un indicador de deriva le servía para saber cuánto se apartaban de su curso, y con ayuda de su reloj podía determinar la distancia recorrida y la dirección precisa de vuelo desde el último cálculo. Entonces podía comunicar a Alcock que corrigiera el rumbo y marcaba su posición en el mapa.
Como no había puntos de referencia para confirmar los cálculos, Brown localizaba un «punto fijo» en el cielo con un sextante, que mide el ángulo de una estrella o de cualquier otro cuerpo celeste por encima del horizonte. Tomando lecturas de tres estrellas conocidas y contando el tiempo exacto de cada una, podía consultar las cartas de navegación y trazar tres líneas sobre el mapa. El punto de intersección indicaba la posición del avión.