El primero en utilizarlo fue un profesor de Edinburgo en 1847.
¿Cómo el cloroformo hizo posible el parto sin dolor?
La tarde del 4 de noviembre de 1847, James Young Simpson, profesor de obstetricia de la universidad de Edimburgo, invitó a su casa a dos de sus colegas para realizar un experimento. Simpson vertió en tres vasos un líquido incoloro y les pidió que inhalaran el vapor que desprendía. Tras charlar un rato animadamente, los tres hombres se desmayaron. Al cabo de quince minutos recobraron el conocimiento. Simpson exclamó triunfante: «Esto es mucho mejor y más potente que el éter».
El misterioso líquido era cloroformo, una sustancia en la que Simpson creía haber encontrado la anestesia «ideal». En 1847 Simpson ya había utilizado el éter (sustancia similar al cloroformo) como anestésico para el parto, aunque producía molestos efectos secundarios, como vómitos violentos. Simpson llevó a cabo su experimento después de que un químico llamado David Waldie hubiera observado que la inhalación de cloroformo para aliviar los dolores internos se venía practicando desde la década de 1830. Cuatro días después del experimento, Simpson probó la nueva anestesia en una mujer que iba a dar a luz en un hospital de Edimburgo. La mujer notó cómo disminuía el dolor al inhalar los vapores procedentes de un pañuelo empapado en cloroformo y, al cabo de 25 minutos, todavía consciente, dio a luz con éxito.
El informe de Simpson, titulado Descripción de un nuevo agente anestésico, fue recibido como un gran avance científico. Mas, pese al éxito inicial, el empleo del cloroformo fue rechazado por los ginecólogos conservadores. Uno de ellos, Tyler Smith, argumentaba que cuanto más padeciese la madre, tanto más se esforzaría por dar a luz.
Invocación de la Biblia
También la Iglesia puso objeciones. Los teólogos argumentaban que las mujeres llevaban sufriendo los dolores del parto desde tiempos de Eva, y citaban el Génesis: «Darás a luz los hijos con dolor». Simpson, defendiendo vehementemente su postura, replicó con otro verso de la Biblia: «Quien pudiendo hacer el bien no lo hiciera, cometerá pecado». Todas las mujeres, afirmó, exigirían pronto el parto sin dolor.
Como miembro del equipo médico de la reina Victoria, Simpson asistió al parto de su octavo hijo, Leopoldo, en abril de 1853. El doctor John Snow, el mejor especialista británico en anestesia, administró cloroformo a la reina. La soberana describió posteriormente el efecto del narcótico como «tranquilizador, calmante y sumamente agradable».