La luz del alba muestra a las imponentes cigüeñas totalmente quietas, sobre una pata.
La supervivencia de la cigüeña japonesa
El amanecer de febrero brinda poco calor a las criaturas salvajes de Hokkaido, la isla norte de Japón. La nieve cubre el terreno y los árboles están escarchados. Pero este mes marca el inicio de la época de celo de la cigüeña japonesa (o de corona roja). La fría luz del alba muestra a las imponentes cigüeñas (son tan altas como un hombre) totalmente quietas, sobre una pata, en las neblinosas aguas de un río.
No se mueven hasta que las calienta el Sol: alzan sus esbeltos cuellos, extienden sus entumidas patas y despliegan las alas. Entonces, tras inquietos llamados y caminatas, de pronto llaman otra vez y levantan el vuelo. Su aleteo lento y amplio las lleva fácilmente a los campos cultivados del pueblo de Kushiro, en donde son alimentadas y, en parvadas de hasta 100 pájaros, inician su majestuosa danza en la nieve, el ritual de cortejo que une a las parejas para el resto del año.
Las parejas adultas danzan el uno para el otro, y para las parejas que llegan. La danza es contagiosa, se propaga hasta que docenas de aves retozan en la nieve. Los cortejantes hacen piruetas, saltos, giros, elegantes caravanas: cada movimiento se relaciona con el siguiente, y cada uno tiene una respuesta prefijada. Una rama, hoja o mazorca los atrae y estimula a reverenciar y levantar el vuelo como si subiesen una escalera, mientras arrojan y atrapan el objeto una y otra vez.
La cigüeña es reverenciada en Japón desde tiempos antiguos. Para el pueblo ainu de Hokkaido representa al dios de la ciénaga, y los japoneses la consideran símbolo de longevidad, salud, felicidad y unidad conyugal. En ella se han inspirado generaciones de artistas y poetas japoneses, y puede hallarse su imagen en etiquetas de botellas de sake, logotipos, penachos familiares y kimonos nupciales.
Sin embargo, hasta hace poco parecía que el símbolo sobreviviría a la cigüeña. Abundó en todo Japón, hasta que se convirtió en una valiosa presa de caza cuando se levantaron las restricciones feudales de las armas de fuego, y casi se extinguió. A fines del siglo XIX solo quedaba una pequeña población al este de Hokkaido. Se les dio protección legal en 1935, considerándolas Monumento Natural. Desde 1950 se les proporcionó comida durante el invierno, por lo que se recuperaron lentamente hasta llegar a 450 ejemplares. Pero el desarrollo de la construcción está ahora destruyendo su hábitat y limitando su población.
A mediados de marzo las parejas de cigüeñas viajan a lechos de cañas y ciénagas para aparearse. Durante el deshielo, seleccionan áreas elevadas para hacer sus nidos con tallos de caña. La hembra pone dos huevos a fines de marzo o en abril, y los polluelos nacen entre abril y mayo. Las crías dependen de sus padres para alimentarse y conocer la vida en la ciénaga. Las familias emigran en otoño a campos cultivados, en especial de rastrojo de maíz, antes de emigrar a los sitios donde son alimentados en invierno. Cuando los padres vuelven al territorio de apareo al siguiente marzo, las jóvenes cigüeñas son dejadas para valerse por sí mismas.
Mientras las cigüeñas se cortejan en Hokkaido, en la isla Kyushu al sur de Japón, 9.000 cigüeñas se reúnen en los campos. La multitud está compuesta, en su mayoría, por pequeñas cigüeñas de casco y hermosas cigüeñas de cuello blanco, de tonos sutiles. También se unen a la migración ejemplares raros, como la cigüeña de arena, la cigüeña común, la siberiana y la grulla. Vienen a descansar y a alimentarse durante el invierno, antes de volver a su territorio de apareo en China y Rusia.