Las máquinas modernas producen hasta dos millones de fósforos por hora.
Al frotar un fósforo de seguridad en otra parte que no sea el costado de su cajita, no se prende. Si lo golpeamos con un martillo, nada ocurre. Pero los hay que se encienden al tallarlos en cualquier superficie áspera. Un ratón podría prender uno si lo muerde por la cabeza. Y si los golpeamos, estallan.
Los fósforos de seguridad se encienden por la reacción química de sus sustancias con las de la franja de frotación de la caja. Tal reacción se genera por el calor del frotamiento. De no estar en contacto la cabeza y la franja de frotación, nada sucede.
El precursor del fósforo moderno fue un farmacéutico inglés, John Walker, en 1827. Los fósforos de Walker prendían al frotarse en cualquier superficie, pero no eran muy confiables. En 1830, el francés Charles Suria creó un fósforo mucho mejor, con cabeza de fósforo blanco. Al cerillo de este tipo se le llamó «lucifer» (portador de luz), y se usó hasta finales del siglo XIX.
Los luciferes prendían bien, pero eran sumamente peligrosos. El fósforo blanco produce emanaciones venenosas, y la prolongada exposición a estas causa una enfermedad que pudre los huesos de la mandíbula y llega a ser mortal.
Los más afectados eran los obreros de las fábricas de fósforos, hasta que, a principios de siglo, se prohibió el uso del fósforo blanco, sustituido luego por el sesquisulfuro de fósforo.
A mediados del siglo pasado, el sueco John Lundstrom inició la fabricación de fósforos de seguridad. Utilizó el inocuo fósforo rojo en una franja de frotación y mezcló diversos elementos combustibles para formar la cabeza.
Las máquinas modernas producen hasta dos millones de fósforos por hora, ya empacados y listos para usarse.
El fósforo de madera se inicia a partir de un tronco, que se corta en finas tiras de unos 2,5 mm de grosor, y estas, a su vez, son reducidas a palitos. Los palitos son impregnados con una solución de fosfato de amonio, que retarda la combustión y permite así que solo se consuma la parte correspondiente a la cabeza. Luego se introducen automáticamente en las perforaciones de una larga banda móvil de acero. La banda sumerge uno de los extremos de los palitos en un baño de cera o parafina caliente. La cera penetra en las fibras de la madera y ayuda a que la llama pase del recubrimiento de la cabeza a la punta del palito.
En el siguiente paso, los palitos se sumergen en la mezcla de la cabeza. En los fósforos de seguridad esa mezcla suele contener azufre y carbón vegetal, para producir la llama, y clorato de potasio, para suministrar oxígeno.
Una vez secas las cabezas, un dispositivo saca los fósforos de la banda perforada y los deposita en cajitas que se desplazan en otra banda, y que corren perpendicularmente. Las cubiertas de las cajas van en una banda paralela. A intervalos de segundos, las bandas se detienen y las cajas son empujadas dentro de la parte cubierta.
A los lados de las cubiertas se aplica una franja de fósforo rojo, para que en ella se frote el fósforo. Para los fósforos de frotación universal se usan tiras de papel resinoso o de lija.