Guido de Arezzo se propuso crear un sistema de notación musical que facilitara su labor de enseñanza.
La notación musical en la Edad Media
Guido de Arezzo, maestro de canto del monasterio benedictino de Pomposa (Italia), escuchaba desesperado la cacofonía de notas discordantes emitidas por el coro. Volvió a dar el tono y escuchó cómo trataban de imitarlo. Concluida la dura jornada de ensayos, Guido meditó en su celda si no habría una forma más sencilla de enseñar al coro canciones nuevas.
Ni lerdo ni perezoso, Guido (990-1033) se propuso crear un sistema de notación musical que facilitara su labor de enseñanza. Tal fue su éxito que pasó a ser conocido como Beatus Guido, inventor musicae («El beato Guido, inventor musical»). Para dar nombre a las notas, empleó las primeras sílabas de seis versos de un himno a San Juan Bautista:
Ut queant laxis
Resonare fibris
Mire gestorum
Famuli tuorum
Solve polluti
Labii reatum
Cada sílaba representaba una nota de la escala. Ut se sustituyó por Do hacia 1600, cuando también se añadió la sílaba Si, de Sancte Ioannes, el séptimo verso del himno. El siguiente paso que dio Guido fue inventar un sistema claro para transcribir las notas.
La notación musical cumple una función doble: indica el tono de las notas y el tiempo que deben durar. En la Alta Edad Media, se situaban una especie de signos parecidos a acentos sobre las palabras de las canciones, que indicaban vagamente el tono, pero nada decían de la duración de las notas.
Conservar la música para el futuro
La idea de Guido, tan sencilla como brillante, constituyó una revolución en la historia de la música. Guido ordenó las notas en líneas («pentagramas») o en los espacios interlineales, con lo que la relación entre las notas quedaba definida con precisión. El sistema para indicar la duración de las notas, innecesario en el canto llano medieval, se fue perfeccionando gradualmente después de la muerte de Guido.
Guido alcanzó gran celebridad y los demás monjes, envidiosos, le hicieron la vida imposible a tal punto que hubo de huir del monasterio y refugiarse en Arezzo. Pero el Papa Juan XIX le hizo acudir a Roma para que le enseñara el nuevo sistema de notación musical.
Guido regaló al Papa una partitura escrita de acuerdo con el nuevo método y le explicó en qué consistía. Entonces, según cuenta un testigo presencial, el Papa, «comprobó con estupor que podía cantar una melodía que le era desconocida sin cometer el menor fallo».