No se asumía el trono por pureza de sangre ni herencia, sino por medio de un consejo de electores.
Al trazar los orígenes de la monarquía de los antiguos mexicanos, algunos historiadores aseguran que desciende de la legendaria tradición de los toltecas. Se habla de Culhuacán como antecedente, pues de allí era Acamapichtli, el fundador de la dinastía. Algunas fuentes aseguran que el primer Tlatoani era hijo adoptivo del último Señor que descendía del auténtico linaje de Quetzalcóatl Ceácatl Topiltzin. Otras afirman que pertenecía, por sangre, al distinguido linaje. Aunque también hay noticias de que el linaje y el poder se transmitían por línea femenina, lo cierto era que se trataba de una dinastía familiar.
Como Acamapic -que también así lo llamaban- no nombró sucesor, al decir a su pueblo que eligieran a quien consideraran mejor, la transmisión del poder monárquico adquirió rasgos distintivos, pues no se asumía el trono por pureza de sangre ni herencia, sino por medio de un consejo de electores.
En un principio, las cabezas de las familias se reunían en la plaza para hacer sus aclamaciones. Luego se formó un consejo, semejante a un senado, constituido por cuatro electores, que correspondían a los barrios o calpullis. Aumentaron a seis cuando los otros dos reyes (de Texcoco y de Tacuba) se unieron a la Triple Alianza.