La chispeante efervescencia de la champaña parecía ser el marco ideal de los tiempos felices y su delicado sabor va bien a cualquier hora.
¿De dónde viene la tradición de festejar con champaña?
En un principio, la champaña era para uso exclusivo de la aristocracia. La Revolución Industrial del siglo XIX creó un boyante grupo de fabricantes y llevó riqueza a gente que jamás la había tenido. Por su clase, la champaña se convirtió en la bebida para celebraciones especiales: la apertura de una nueva fábrica, botar al mar un buque, un brindis para una boda o la celebración de un bautizo.
Charles Camille Heidsieck, fundador de la compañía fabricante de champaña Heidsieck, promovió con entusiasmo su producto como la bebida de las celebraciones. Recorrió gran parte del mundo, a mediados del siglo XIX, para ponderar las muchas virtudes de la champaña; pronto fue conocido como «Charlie Champaña». Una popular canción del mismo nombre aseguró aún mayor publicidad al burbujeante vino y a su incansable promotor.
La chispeante efervescencia de la champaña parecía ser el marco ideal de los tiempos felices y su delicado sabor va bien a cualquier hora. Necesita poca promoción, de manera que evita el alto costo publicitario que agobia a muchos de sus rivales. Sin embargo, producir champaña de gran calidad implica grandes gastos. Las uvas son caras y para lograr la perfección del vino es necesaria la habilidad de expertos bien pagados. No obstante, el principal factor es el tiempo. Las champañas finas se dejan reposar en la botella durante al menos seis años antes que el productor recupere sus costos iniciales.
Y en el supuesto caso de que se redujeran los costos, ¿bajaría el precio de la champaña? Muchos expertos creen que este le permite mantener su encanto. Después de todo, ¿quién desea celebrar un suceso especial con algo tan barato como, por así decirlo, una cerveza?