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Los secretos perdidos de los nazis

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Nunca se encontró un tesoro en la Berlín devastada. Un submarino soviético podría haber hundido el buque en el que viajaban las riquezas.

Según Joseph Goebbels, jefe de propaganda nazi, el «criminal abandono del deber» de Funk había sido el responsable de poner el tesoro de la nación en manos de los Aliados, por lo que el Führer aprobó un intento de evacuar las reservas restantes.

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El autor del plan era un coronel de la policía, llamado Friedrich Josef Rauch, encargado de la seguridad personal de Hitler. Siguiendo el ejemplo de la Gestapo, que ocultaba sus reservas de oro, joyas, arte y billetes en minas, lagos y otros escondites en las montañas de Baviera y Austria, el coronel Rauch sugirió que el 6.83% de las reservas oficiales de oro que aún estaban en el Reichsbank fueran enviadas a Baviera. Se piensa que este 6.83%, en monedas y lingotes de oro, valdría actualmente unos 150 millones de dólares.

En los meses siguientes, el bombardeo aliado paralizó las comunicaciones y las intrigas personales crearon un enredado ambiente que nunca se explicó satisfactoriamente. Los billetes fueron cargados en dos trenes, y un convoy de camiones transportó los lingotes y monedas. Debido al caos imperante, los trenes tardaron dos semanas en hacer el viaje de 800 km hasta Munich. En el camino, el colega del Dr. Funk, Hans Alfred von Rosenberg Lipinski, pasó las bolsas de billetes al convoy de camiones. Finalmente, la formación transportó el dinero, el oro en monedas y lingotes, y las divisas extranjeras a una aldea en los Alpes bávaros, en tanto los trenes llegaban a Munich.

Mientras, Rosenberg Lipinski retuvo, «por ciertas razones», una bolsa de divisas extranjeras y cinco cajas pequeñas. No se sabe qué fue de ellas, pero puede suponerse que, en víspera del colapso de la Alemania nazi, el funcionario se preparaba para un futuro cómodo.

Otros siguieron su ejemplo.

Los camiones recorrieron las boscosas montañas Karwendel hasta una base de infantería. Mientras los oficiales discutían acerca de dónde esconder el decreciente tesoro de la nación, parece que Emil Januszewski, funcionario del Reichsbank, tomó dos barras de oro (con valor de medio millón de dólares actuales). Alguien que intentaba prender la estufa en el cuartel de la escuela de oficiales las encontró tapando la chimenea y Januszewski, respetado y de edad avanzada, se suicidó. Para cuando se descubrió esto, el resto del oro ya estaba enterrado herméticamente cerca de un chalet alpino llamado Casa del Bosque.

Los billetes se dividieron en tres partes y se enterraron en tres cimas distintas. Las dos barras de oro recuperadas y muchas divisas quedaron a cargo de un tal Kari Jacob, funcionario local: también desaparecieron.

Otros nazis de rangos menores involucrados en ocultar el tesoro, incluyendo distinguidos militares, también sucumbieron a la tentación. Poco después, el Dr. Funk y otros altos oficiales nazis estaban bajo custodia de los Aliados, pero ninguno confesó el escondite de las reservas de oro.

Por fin, el ejército de EUA recuperó unos 14 millones de dólares en oro y otros 41 millones de otras dependencias del gobierno, pero nunca se halló el tesoro de la Casa del Bosque. Los investigadores de EUA trataron de resolver el misterio durante cuatro años, para finalmente reportar que unos 3.5 millones de dólares (46.5 millones actuales) en oro y 2 millones (12 millones actuales) en billetes, se habían esfumado.

La habitación ámbar de los zares

Aún se desconoce el destino de la notable «habitación ámbar de los zares», una habitación entera hecha de ámbar labrado. Originalmente propiedad del rey Federico Guillermo I de Prusia, la regaló en 1716 a su aliado ruso, el zar Pedro el Grande. Impresionado con el «inexpresable encanto» de sus lujosos muebles, Pedro instaló este generoso obsequio en un palacio en las afueras de su capital, San Petersburgo, agrandándolo al tamaño de un salón de fiestas y añadiendo 24 espejos y piso de madreperla.

Dos siglos después, durante la invasión a Rusia en la Segunda Guerra Mundial, los alemanes reclamaron el regalo y lo llevaron a reconstruir al castillo de Konigsberg. Se mostró al público por un tiempo, pero se guardó en el sótano del castillo antes de que el poblado fuera destruido por las bombas inglesas en 1944.

No se encontraron señas del tesoro en el sótano bombardeado. Se rumoreó que los nazis lo habían transportado en un barco que fue hundido por un submarino soviético.

Un testimonio de 1959 parecía indicar que la habitación ámbar estaba oculta en una mina de sal. Cuando los investigadores se acercaron al supuesto escondite, ocurrió una explosión misteriosa, inundando la mina e imposibilitando el rescate.

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