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Trovadores en la corte

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Los cortesanos se interesaban especialmente en las canciones de amor.

Trovadores en la corte

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La melodiosa voz del trovador inundaba el salón iluminado por la chimenea. Las damas de la corte escuchaban embelesadas la lastimera canción, cantada en langue d’oc, la lengua de la Francia meridional medieval: «Cuando canta el ruiseñor, deleitándonos con su canción, mi corazón canta como un ruiseñor por mi hermosa y dulce dama». Los goces y las penas del amor eran el tema de aquella historia de un galante caballero y su casta dama.

Canciones de amor en la próspera Francia

El arte de los trovadores se originó en las cosmopolitas cortes del sur de Francia. Situadas en las encrucijadas de las ricas rutas comerciales que unían el norte de Europa con el Mediterráneo y la España árabe, gozaban de una prosperidad que les permitía disponer de tiempo libre. En los grandes castillos de Toulouse y Aviñón, entre otros lugares, los artistas ambulantes animaban las largas veladas invernales. Después de la cena, se cargaba bien la chimenea, se retiraban las alfombras y los juglares -acróbatas, músicos y cantantes- comenzaban a dar volteretas y saltos mortales y a entonar canciones sobre batallas y reyes. Los bufones contaban chistes obscenos y hacían trucos de magia.

Con las velas ya a medio consumir, los cortesanos formaban un círculo más apretado y se disponían a disfrutar de la última novedad: las canciones de amor de los trovadores. A diferencia de los demás músicos, los trovadores componían sus canciones y, a menudo, eran de origen noble. El primer trovador del que se tiene noticia fue Guillermo IX, Duque de Aquitania y Conde de Poitiers (1071-1127), que escribía impetuosos versos sobre citas de amantes y sobre los placeres -y pesadumbres- del adulterio.

«El hombre que no siente en su corazón el dulce gusto del amor, está muerto».

En esta frase resumía el gran trovador del siglo XIII, Bernard de Ventadour, el tema esencial de las canciones de la época. A través de los trovadores, el ideal del amor cortesano llegó a difundirse por toda Europa. El amor cortesano no siempre era adúltero, pero las canciones expresaban una embriagadora mezcla de pasión y respeto. La música acusaba una fuerte influencia del canto llano religioso. A veces, el trovador se acompañaba tañendo el laúd o el arpa, y, en ocasiones más raras, contaba con el apoyo de un grupo musical. Las canciones solían transmitirse oralmente y las que han llegado a nuestros días están escritas con una escueta notación musical que no explica el ritmo ni el acompañamiento. Pero el tono de las notas sí está indicado y los estudiosos han recreado las melodías adaptando el ritmo a los textos. Los trovadores sin medios propios trataban de ponerse al servicio de un mecenas de la nobleza.

Se cree que Bernard de Ventadour era hijo de un herrero. Cuenta la leyenda que sedujo a la esposa de su mecenas y hubo de refugiarse en la corte de Leonor de Aquitania, de quien se hizo amante. Unas cuarenta canciones suyas han llegado hasta nuestros días. Muchas de ellas fueron recogidas en cancioneros a fines del siglo XIII, cuando las canciones de los trovadores adquirieron popularidad en toda Europa. Una de las canciones más conocidas de Bernard de Ventadour decía así: «¿Cómo podré vivir sin desvelarle mi amor? Si al verla, con esa clara mirada en los ojos, a duras penas me contengo para no correr a sus brazos. Correría hacia ella, mas el miedo me retiene; porque nunca he visto cuerpo mejor formado para el amor, tan lánguido y tan lento en despertar».

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