La herencia determina las capacidades potenciales del ser humano. Ambos factores poseen elementos importantes para el ser humano.
Lleva siglos debatiéndose qué cuenta más en el desarrollo del hombre: sus dones naturales o su crianza, la herencia o el medio ambiente.
Actualmente, la mayoría de los científicos evita la discusión, aceptan simplemente que la herencia determina las capacidades potenciales de un ser humano y establece sus límites. Si una característica nociva está determinada genéticamente, poco se podrá hacer para contrarrestarla; un niño que nace con síndrome de Down no podrá llegar a ser un premio Nobel. Lo que los científicos quieren dejar claramente establecido es que tanto la herencia como el medio ambiente son fundamentales; lo que una persona llegue a ser dependerá de la compleja interacción de estos dos factores.
Quizá esta analogía sirva para aclarar el punto: para que se forme nieve hace falta que haya humedad y haga frío, no se puede decir que el frío contribuya al fenómeno más o menos que la humedad; los dos elementos son indispensables.
¿Estamos programados para morir al llegar a cierta edad?
Hace unos años, los diarios difundieron la noticia de que en algunos lugares remotos había gente que llegaba a vivir 150 años; al investigar tales informes se comprobó que no era así. Aunque efectivamente se ha confirmado el caso de alguien que llegó a los 115 años, pocos son los que sobreviven más de 85.
Todo esto parece indicar que estamos programados para envejecer y morir llegado el momento; probablemente los genes (las estructuras celulares que gobiernan la herencia) lleven instrucciones para dejar de trabajar después de cierto tiempo. Los científicos han encontrado que en el laboratorio las células dejan de reproducirse después de haberse dividido determinado número de veces y van deteriorándose gradualmente.
Pero, ¿no ha logrado ya la ciencia médica prolongar la vida humana demostrando así que es el medio ambiente y no la herencia, el que determina la longevidad? Realmente no. El límite superior comúnmente marcado alrededor de los 85 años ha sido el mismo a través de los siglos.
Los avances de la ciencia han logrado elevar la esperanza de vida promedio, pero no prolongar el lapso máximo de vida. Es decir, los niños que nacen ahora tienen mayor oportunidad que los de antes de sobrevivir a la infancia y superar accidentes e infecciones, pero no tienen más probabilidades que antaño de vivir más de 85 años.
¿Para qué llevar una vida sana si los genes controlan el envejecimiento?
Aunque una persona tenga tendencia hereditaria a la longevidad, un accidente, una enfermedad o cualquier otro factor ambiental puede impedir que ese potencial llegue a ser un hecho. Se puede acortar la vida si se fuma, no se controla la hipertensión y se comen alimentos que aumentan el nivel de colesterol en la sangre; en cambio, se pueden aumentar las probabilidades de llegar a los límites marcados por la herencia si se mantiene el peso adecuado, se hace suficiente ejercicio y, en general, si se lleva una vida sana. Podemos controlar, hasta cierto punto, el plazo de vida que nos ha sido asignado genéticamente o, como dijo un especialista, intentar por lo menos no envejecer tan rápidamente.